martes, 26 de enero de 2010

NUBES

Muy poca gente sabía que existían diferentes tipos de nubes. La explicación era sencilla, para aquellos que comprendían de estos temas. Cosas como la latitud y la longitud del lugar desde el que se percibiera la nube, la cercanía a la costa, el tanto por ciento de humedad en el aire, la temperatura de ese aire a grandes alturas…. Pero a él le parecía todo muy complicado, simplemente sabía que existían diferentes tipos de nubes en diferentes lugares, al igual que en esos diferentes lugares las lenguas que se hablaban o las culturas que se compartían eran también diferentes.

Muy poca gente sabía, por ejemplo, que a tan sólo dos días de viaje hacía el noreste las nubes eran más pequeñas y ligeras, de una menor variedad tonal, casi siempre grises, y solo de vez en cuando blancas.

También sabía que si viajaba día y medio hacia el sur las nubes rara vez se dejaban ver en los cielos. Cielos estos de un color azul como sólo en aquella región se podían observar.

Lo que él no lograba comprender, es que la gente viera una nube y diera por sentado que otras personas en otros lugares, con otros idiomas y culturas hubieran visto alguna vez aquella misma nube. Incluso dudaba que en otros lugares tuvieran palabras adecuadas para describir la belleza de las diferentes nubes que él había visto en sus viajes.

Durante aquel largo viaje, cuando intentó explicarle a Invierno que aquellas nubes no eran algo misterioso, sino que simplemente estaban en el lugar que les correspondía estar, (latitud, longitud, temperatura y humedad del aire) comprendió lo triste que podría llegar a ser la vida de muchas personas, sin que ellas mismas se dieran cuenta. Las personas daban por supuesto que lo que sus ojos veían todos los días es lo que existía. No imaginaban que existiera algo diferente más allá de sus pueblos, aldeas, ciudades o países.

Su abuelo solía burlarse de él cuando escuchaba cómo le explicaba todas estas cosas a Invierno. Le decía “ten cuidado, hace muchos años quemaron a un señor en la hoguera por intentar explicar a los demás que era la Tierra la que giraba alrededor del Sol, que sus ojos les engañaban”. Luego en la oscuridad de la noche, cuando Invierno se quedaba dormida, su abuelo le decía que estaba bien lo que intentaba hacer, abrir la mente de su hermana pequeña, pero que también era una buena cosa dejarla fantasear con “nubes misteriosas” mientras tuviera la inocencia de una niña.

Pero él tenía la sensación de haber perdido la inocencia hace muchos años. No lo recordaba, pero tampoco la echaba de menos. Prefería saber, conocer, hablar de gentes y países, culturas y lenguas, y no entendía como todas estas cosas podían pasar desapercibidas para el resto de la gente. ¿Sabes cuantas palabras tienen los esquimales para describir el color blanco? Le había preguntado una vez Ana. Ana era su amiga de la infancia, esa de la que los niños pequeños se enamoran, pero que no dicen nada, y siguen amando durante años, muchas veces hasta el fin de los días.

Con Ana compartía sueños, alegrías y penas. Tenía la impresión de que Ana era la única persona que le conocía de verdad. Tres años más mayor que él, Ana siempre tenía una palabra de consuelo ante el desconsuelo, una historia de un lugar lejano ante el aburrimiento, y una explicación lógica ante las preguntas de Invierno, su hermana pequeña.

Ana había llegado de la noche a la mañana a barrio. Él había estado viajando con su abuelo mucho tiempo, antes de que Invierno hubiera nacido, y por fin se había asentado en la ciudad en la que sus padres habían establecido su trabajo. Esa primera noche de verano en la que conoció a Ana, ella le preguntó si sabía cuántas palabras tenían los esquimales para describir el color blanco. Él no lo sabía, pero si sabía cuántas palabras tenían en los países del norte para describir los diferentes tipos de nubes. Los dos aprendieron algo nuevo, y él se dio cuenta de que Ana lo estudiaba con curiosidad. Al día siguiente se contaron sus vidas. Al final de la semana ya eran buenos amigos. Al final del verano ya eran amigos inseparables.

Luego con los años llegó Invierno. A Invierno le gustaba preguntarlo todo, pero ninguna explicación satisfacía esa curiosidad, y sólo su imaginación podía llenar las lagunas que su pequeña mente no podía entender. Ana decía que era normal para alguien de su edad, lo mismo que decía su abuelo, pero a él le hubiera gustado que su hermana entendiera todas esas cosas que él veía tan claras.

Un día le reveló a Ana su sueño de seguir viajando cuando fuera mayor. Quería llevar siempre una libreta y apuntar todos los nombres que dan a las nubes en todos los rincones del mundo. La contestación de Ana no le defraudó, como siempre. –Está bien- le dijo, -pero tendrás que llevar una cámara para tener una foto de cada nube. Si no, al final tendrás muchas palabras pero olvidarás cómo son de verdad cada una de esas nubes-. Las tres semanas siguientes solo soñaba con viajar toda la vida junto a Ana. Él escribiría las palabras, y ella haría las fotos para tener una imagen que asociar a cada uno de los recuerdos.

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