Aqui os dejo reeditada una vieja entrada de un viejo relato corto. Esta vez, como novedad que voy a incluir en mis relatos a partir de ahora, con FOTO.
Espero que disfrutéis del relato.
Muy poca gente sabía que existían diferentes tipos de nubes. La explicación era sencilla, para aquellos que comprendían de estos temas. Cosas como la latitud y la longitud del lugar desde el que se percibiera la nube, la cercanía a la costa, el tanto por ciento de humedad en el aire, la temperatura de ese aire a grandes alturas…. Pero a él le parecía todo muy complicado, simplemente sabía que existían diferentes tipos de nubes en diferentes lugares, al igual que en esos diferentes lugares las lenguas que se hablaban o las culturas que se compartían eran también diferentes.
Muy poca gente
sabía, por ejemplo, que a tan sólo dos días de viaje hacía el noreste las nubes
eran más pequeñas y ligeras, de una menor variedad tonal, casi siempre grises,
y solo de vez en cuando blancas.
También sabía que si
viajaba día y medio hacia el sur las nubes rara vez se dejaban ver en los
cielos. Cielos estos de un color azul como sólo en aquella región se podían
observar.
Lo que él no lograba
comprender, es que la gente viera una nube y diera por sentado que otras
personas en otros lugares, con otros idiomas y culturas hubieran visto alguna
vez aquella misma nube. Incluso dudaba que en otros lugares tuvieran palabras
adecuadas para describir la belleza de las diferentes nubes que él había visto
en sus viajes.
Durante aquel largo
viaje, cuando intentó explicarle a Invierno que aquellas nubes no eran algo
misterioso, sino que simplemente estaban en el lugar que les correspondía
estar, (latitud, longitud, temperatura y humedad del aire) comprendió lo triste
que podría llegar a ser la vida de muchas personas, sin que ellas mismas se
dieran cuenta. Las personas daban por supuesto que lo que sus ojos veían todos
los días es lo que existía. No imaginaban que existiera algo diferente más allá
de sus pueblos, aldeas, ciudades o países.
Su abuelo solía
burlarse de él cuando escuchaba cómo le explicaba todas estas cosas a Invierno.
Le decía “ten cuidado, hace muchos años quemaron a un señor en la hoguera por
intentar explicar a los demás que era la Tierra la que giraba alrededor del
Sol, que sus ojos les engañaban”. Luego en la oscuridad de la noche, cuando
Invierno se quedaba dormida, su abuelo le decía que estaba bien lo que
intentaba hacer, abrir la mente de su hermana pequeña, pero que también era una
buena cosa dejarla fantasear con “nubes misteriosas” mientras tuviera la
inocencia de una niña.
Pero él tenía la
sensación de haber perdido la inocencia hace muchos años. No lo recordaba, pero
tampoco la echaba de menos. Prefería saber, conocer, hablar de gentes y países,
culturas y lenguas, y no entendía como todas estas cosas podían pasar
desapercibidas para el resto de la gente. ¿Sabes cuantas palabras tienen los
esquimales para describir el color blanco? Le había preguntado una vez Ana. Ana
era su amiga de la infancia, esa de la que los niños pequeños se enamoran, pero
que no dicen nada, y siguen amando durante años, muchas veces hasta el fin de
los días.
Con Ana compartía
sueños, alegrías y penas. Tenía la impresión de que Ana era la única persona
que le conocía de verdad. Tres años más mayor que él, Ana siempre tenía una
palabra de consuelo ante el desconsuelo, una historia de un lugar lejano ante
el aburrimiento, y una explicación lógica ante las preguntas de Invierno, su hermana
pequeña.
Ana había llegado de
la noche a la mañana a barrio. Él había estado viajando con su abuelo mucho
tiempo, antes de que Invierno hubiera nacido, y por fin se había asentado en la
ciudad en la que sus padres habían establecido su trabajo. Esa primera noche de
verano en la que conoció a Ana, ella le preguntó si sabía cuántas palabras
tenían los esquimales para describir el color blanco. Él no lo sabía, pero si
sabía cuántas palabras tenían en los países del norte para describir los
diferentes tipos de nubes. Los dos aprendieron algo nuevo, y él se dio cuenta
de que Ana lo estudiaba con curiosidad. Al día siguiente se contaron sus vidas.
Al final de la semana ya eran buenos amigos. Al final del verano ya eran amigos
inseparables.
Luego con los años
llegó Invierno. A Invierno le gustaba preguntarlo todo, pero ninguna
explicación satisfacía esa curiosidad, y sólo su imaginación podía llenar las
lagunas que su pequeña mente no podía entender. Ana decía que era normal para
alguien de su edad, lo mismo que decía su abuelo, pero a él le hubiera gustado
que su hermana entendiera todas esas cosas que él veía tan claras.
Un día le reveló a
Ana su sueño de seguir viajando cuando fuera mayor. Quería llevar siempre una
libreta y apuntar todos los nombres que dan a las nubes en todos los rincones
del mundo. La contestación de Ana no le defraudó, como siempre. –Está bien- le
dijo, -pero tendrás que llevar una cámara para tener una foto de cada nube. Si
no, al final tendrás muchas palabras pero olvidarás cómo son de verdad cada una
de esas nubes-. Las tres semanas siguientes solo soñaba con viajar toda la vida
junto a Ana. Él escribiría las palabras, y ella haría las fotos para tener una
imagen que asociar a cada uno de los recuerdos.
Fotografía propiedad de Apagario. Copyright Apagario@2011.